sábado, 30 de agosto de 2014

Un adiós

Adiós, a esas voces extrañas de ángeles celestiales, cuyos suspiros retumban mis oídos cada noche.
Adiós, a esa luna, nunca cambiante, cuya luz iluminó nuestros pasos en la oscuridad.
Adiós, a esas estrellas, frías y lejanas que iluminan la noche, larga y pesada sin ella. 
Adiós, a esa brisa tibia que llegaba a mi rostro cuando te veía de lejos.
Adiós, a esa mirada, eterna y llena de misterios, que nunca dejarán de intrigarme y fascinarme. 
Adiós, a esos labios, suaves y delicados, que tantas noches besé. 
Adiós, a esa piel, tersa y llena de misterios, que acaricié noches sin fin. 
Adiós, a esa voz, dulce y melodiosa, que llenó mis días de alegrías. 
Adiós, a ese cabello, lleno de infinitas cordilleras y lagos.
Adiós, a ese aroma, lento e inspirador, que se queda en mi memoria. 
Adiós... a ti.

Buen día, tú. 

domingo, 3 de agosto de 2014

Recuerdos de una pieza musical

Escondida entre los viejos estantes de mi librero se encontraba el acetato que contenía los conciertos de piano de Chopin. Hacía mucho que había dejado ese acetato ahí, no recuerdo con exactitud la razón, pero alguna debió de ser. Lo tomé y le quité todo el polvo acumulado. Se alcanzaban a distinguir unas escrituras sobre la caja, pero el tiempo que llevaba guardado causó que se empezaran a borrar y que se tornaran ilegibles. No le di importancia. Lo tomé y fui al tocadiscos en la sala. Noté un pequeño insecto en la ventana, estaba por fuera. Lo saqué de su caja y lo puse, bajé la aguja y me senté en el tercer sillón de izquierda a derecha. Del otro lado de la ventana en la cual vi el pequeño insecto. Se escuchaba el típico sonido antes de las melodías. Me levanté y puse a calentar agua para hacer un té. Me volví a sentar. Empezó la primera melodía, la primera pieza. ¿Qué es ese olor? me pregunté. No estaba en la casa, estaba en mi cabeza. Olía como a pasto y tierra mojada, poco después de una leve lluvia. El agua empezaba a calentarse, podía escucharlo. Entonces una voz hizo un eco distante dentro de mi mente. Busqué en toda la habitación y me encontré aún solo, mi soledad seguía conmigo. La melodía avanzaba. Me levanté, el agua ya estaba lista. El té lo guardaba en la alacena que se encontraba a un lado de la estufa, directamente arriba. La madera la acababan de limpiar, tenía un curioso aroma. Sin saberlo saqué también el café, no sólo el té. Lo puse a un lado de mi té y me dispuse a servirlo. Mi té se estaba preparando. Entonces vi el café. ¿Lo saqué yo? dije en voz alta. Un "gracias" hizo eco en mi cabeza. Tomé el té y me volví a sentar en mi sillón. Entonces entró el piano.

Veo que aún estás ahí, le dije.