Creí
que la podría volver a amar. Tenía ese miedo, volver a enamorarme de ella. ¿Por
qué temía? Esa era una pregunta muy recurrente en mi mente, siempre llegaba a
mí después de verla y convivir con ella unas cuantas horas. La veía poco, muy
poco como para enamorarme. Creo que eso es lo que más me asustaba de enamorarme.
Que en el poco tiempo que la viera pudiera, de nuevo, caer por ella. Volver a
admirar su cabello, sus ojos, su sonrisa y su voz. Admirarlos y verlos de lejos…No,
eso no era. ¿A qué le temes? Me preguntaba.
A
veces pienso que las cosas se remontan a esos paseos extraños que solía dar por
las noches en Schwerin, la ciudad capital de Mecklenburg Vorpommern en
Alemania. ¿Noche? A las 5 de la tarde de Diciembre ya era de noche, entonces,
sí. Eran paseos nocturnos. Yo aún n sabía quién era ella, salía a pensar, a
deambular por calles desconocidas que lentamente se dejaron de volver
extranjeras a mí. Esos efímeros pasos que, en las frías noches de Diciembre, me
llevaban a lugares que poca gente ha visitado me permitieron entender un sin
número de sucesos extraños que se le presentan a la mente humana. A veces
pensaba en las obras musicales que se componían por personas normales, que sin
saberlo, llegaron a convertirse en los grandes maestros de la música que ahora
nombramos clásica. A veces pensaba en las maneras en las que podría regresar a
casa, hacía mapas mentales y pensaba en si las calles que imaginaba existían y
me podrían llevar a donde yo quería.
Para
mí en ese momento sólo existía aquella mujer de cabellos dorados que sólo de
vista conocía. De las primeras veces en mi corta vida que había sentido amor,
un amor que estoy seguro podría revivir con el simple hecho de verla una vez
más y hablar con ella. Hace más de 3 años que no la veo y hace más de 3 años
que no me he enamorado de ella. Lo digo de esa manera porque la olvidé por
medio año hasta que la volví a ver y sucedió lo que había sucedido antes, no me
explico cómo, sólo sé que sucedió.
Y
una vez más al irme y perder contacto las cosas se olvidan. A veces quisiera
olvidar con más facilidad algunas cosas. Ciertos sucesos que se presentaron en
mi vida fueron olvidados de maneras espontáneas, no hay ya un solo recuerdo que
me remonte a esos días y sin embargo hay momentos insignificantes y pequeños que
están impresos en mi memoria, pequeños sucesos que nunca podré borrar. La
altura del Everest es 8848 metros. Ese sería uno.
Recuerdo
aquella vez en el jardín, era un día soleado, hacía calor para ser principios
de Febrero. Las cosas en mi mente eran erráticas, como siempre lo han sido,
poco a poco mi mente ha cambiado, me siento vacío a veces, no hay nada que
escuchar o decir. Solamente el silencio aplaca el murmullo persistente que
existe en mi cabeza. Añoro la soledad, pero sin embargo la detesto.
Creo
que ese es mi temor. La soledad.
Como
una lluvia de otoño le teme a evaporarse al siguiente día y volver a las nubes
y existir efímeramente como un pequeño algodón en el cielo para pronto regresar
a caer y golpear el duro suelo, lavar las calles de las ciudades llenas de
personas que no saben lo que sucede en el mundo, llenas de personas que
detestan la vida y no lo dicen y terminan acabando su vida sin que nadie se de
cuenta. Al final nadie extrañará a nadie, todos nos iremos en un solo y gran
boom. Nada va a quedar de este mundo si es que seguimos como vamos.
A
todo esto ¿Qué les digo? No la puedo volver a amar.