martes, 25 de noviembre de 2014

El adiós a Eva

Eva murió ayer, Eva se fue. Pero ella se fue haciendo lo que más le gustaba, ella era una mujer que vivía para trabajar, era su pasión, era lo que más la movía en este mundo y de seguro también, en el otro. Ella no era una mujer común, era una luchadora, no conocí todas sus historias, pero por lo que me contaba me di cuenta que si había alguien que había luchado toda su vida para lograr lo que quería, había sido ella. Recuerdo sus interminables historias de todo lo que le había pasado, lo que hacía con su papá, lo que hacía con su mamá, como sus hijos fueron creciendo, sus nietos, todas las personas a su alrededor. Luego estábamos nosotros, sus casi hijos, los niños que cuidó desde antes que nacieran, que vivió el nacimiento de un prematuro, que cuido dos niños de otros padres como si fueran suyos. 

A mí me llevaba al kinder de Abi, enfrente de la casa. Recuerdo que regresaba con ella todos los días, ahí me cuidaba, estaba con ella, me hacía de comer. 
Recuerdo que había días en los que se quedaba con nosotros, creo que nunca entendimos que ella no era parte de nuestra familia, que era una trabajadora. Creo que nunca supimos en qué momento ella se hizo parte de la familia, cuando nos empezamos a preocupar tanto por ella y cuando la empezamos a querer tanto. 

Recuerdo cuando estaba enfermo, ella siempre sabía qué hacer, mi mamá a veces le pedía consejo para saber si tenía algo antes de ir al doctor; muchas veces le atinó. Eva era mi abuelita. Eva no era mi abuelita, pero la quería como a una y ella se comportaba como una. No hubo una navidad ni un cumpleaños en el que no me regalara algo, pese a que ella no tenía mucho dinero ni muchas cosas que podía regalar. 

Siempre recordaré el solecito que me dio; era un día común y corriente, yo tenía peluches, una orca que compré en San Antonio en el año 2000. Un día, compramos una leche Nido, o no sé si la compró ella, en fin, había leche Nido. Con ella venía un solecito. Ella lo rellenó y me lo regaló. Ese solecito lo vi cuando llegué de la escuela, siempre me encantó, siempre lo tuve en mi cama. Era como la cobijita, la sabanita que todo niño tiene. No sé cuántos años duró así, recuerdo que hubo unos meses en los que empezó a morir, se desgarraba, se le había roto una parte y parecía que ya no tendría remedio. Sin embargo (se mueve), Eva no permitiría eso, ella no lo permitió, no dejaría que su (cuasi) nieto, se quedara sin el peluche que tanto quiere. Ella se lo llevó. Ella lo arregló. Me lo regresó, más bonito que nunca y ese solecito sigue, hasta la fecha, deambulando mi casa por ahí. 

Recuerdo los regalos que nos daba, siempre venían acompañados de una cartita con su inconfundible letra. Nos deseaba feliz navidad, cumpleaños o reyes, o lo que fuera. Siempre recordaré las listas del súper que dejaba sobre la barra de la entrada para que mi mamá las viera y las olvidara ahí al momento del ir al súper. Para siempre hacer la pregunta: ¿Qué encargó Eva?

Creo que siempre recordaré que ella hizo todo por nosotros. Siempre nos mantuvo a salvo, calientes y bien alimentados. Sus historias llenaban la mesa del comedor. Cada cosa que decía.

Su comida, si Eva llegó a algún lado nuestro, fue a través de la comida también. Todos los días durante 18 años ella preparó la comida. Dejaba para el fin de semana. Siempre había comida. Arroz, frijoles, carne, pollo, milanesas, tortillas, tortitas de papa, pollo, atún, carne; lo qué fuera, chiles rellenos, pollo el salsa blanca o greavy, picadillo, sus platillos inventados, el agua de limón, de mango, de papaya, de melón, de sandía. Recuerdo que siempre que había caldo de frijoles le pedía que le pusiera frijoles enteros al mío, sólo una vez se lo pedí, nunca lo olvidó. Hacía potaje y pozole, le quedaban hermosos. Siempre tenía algo bajo la manga, siempre. 

Eva era mi tercera abuelita y sé que siempre lo será. Allá donde está. Al fin puede cumplir su más añorado sueño, estar siempre con nosotros. Le dolía cada vez que nos íbamos, cada vez que no estábamos en la casa, cada vez que nos despedíamos de ella por más de una semana. Cuando me fui un año vino a despedirme, me abrazó muy fuerte lo recuerdo y recuerdo el día que llegué de mi largo viaje, me estaba esperando ya en la casa, había preparado también algo de comer para mí. Me abrazó igual de fuerte como el día que me fui. 

Sus cumpleaños, hubo veces que los celebramos con ella. Le comprábamos un pastel, regalitos. Le traíamos recuerdos de los viajes y de los lugares a dónde íbamos. Nunca la olvidábamos y nunca la vamos a olvidar. 

Eva era todo para mí y me duele en todo el corazón haberla perdido, me duele ya no poder volver a verla, me duele que no vaya a conocer a mis hijos, que no me vea graduarme ni casarme, que no haya conocido a la mujer que llena de felicidad mis días, pero me alegra que aunque no sea en persona, estará ahí conmigo hasta el día de mi muerte, porque ella, me quiso y me quiere, como pocas personas que no son de la familia. 

Eva, siempre vas a estar en mi corazón, cada día de mi vida te voy a extrañar pero siempre estaré feliz porque sé que estás conmigo y que nunca, jamás, me vas a dejar solo. 

Gracias por todos los 20 años que pasaste con nosotros, siendo parte de la familia, estando en los momentos de dificultad, haciéndonos llorar con tus detalles. Como aquél día, cumpleaños de mi mamá, que recordaste que mi abuelita, en su cumpleaños, le hacía milanesas de res y ¿Qué le serviste a mi mamá? Milanesas. Eras y eres y serás una mujer sorprendente. 

Gracias por compartir tantos años conmigo y quererme tanto, yo también te quiero mucho, mucho, mucho y nunca, en esta vida, te voy a olvidar. Y te prometo que serás a la primera que visite el día que nos veamos por allá. Aprenderé a cocinar, no te preocupes, veré cómo le hago. Pondré en alto el nombre de mi tercera abuelita. 

Siempre te querré, ya te extraño. 

Adiós Eva y hasta que nos veamos de nuevo. 


Jorge Luis