¿Nunca
lo habías escuchado? Le preguntó a Beatriz con un tono de sorpresa. Ella, con
una mirada perdida le contestó que no. El viento soplaba gentilmente, las nubes
en el cielo nocturno se movían, parecía que bailaban, el viento era errante,
las nubes iban y regresaban, bailando en armonía con la luna. La luz de la luna
se reflejaba en las aguas del río, iluminaba el rostro de Beatriz, su cabello
largo y oscuro, apenas visible en la penumbra nocturna ondeaba con el viento.
La mirada de Beatriz se había desviado al reflejo de la luna, la luz parecía
emanar del agua, no de la luna. Su voz resonó en todo el lugar y la pregunta
llegó a sus oídos, ¿Y si la luna no estuviera arriba, sino abajo?
La
idea de mover el astro de lugar lo perturbaba, pero a la vez lo seducía con su
sutil complejidad. ¿Qué sería de nosotros si la luna estuviera bajo el agua? Si
la luz de ella atravesara las frías aguas de los lagos para iluminar el cielo
nocturno desde otros ángulos. Las estrellas lejanas y frías se verían más, su
luz, su calor, sería totalmente diferente. La armonía celestial sería otra,
¿Habría armonía? Se preguntó.
Claro
que sí, dijo Beatriz. La armonía es una imagen mental, es una idealidad creada
por nosotros al ver la forma en la que los cuerpos interactúan. Si tú y yo
bailamos, al ojo experto no estamos en armonía, pero yo sé que estaríamos en
armonía, compartimos demasiado para no tener nuestra propia sintonía perfecta.
Pero, ¿qué es la perfección?
Nada,
le contestó. No hay ni existe. Es una imagen mental. “Tal como la armonía,
¿no?” le contestó Beatriz.
¿Hace
cuánto nos conocemos _______? Le preguntó Beatriz.
Es
una pregunta que siempre me encanta contestar, le dijo él. “La frecuencia con
la que la preguntas disminuye con el tiempo. Al principio, antes de que supiera
que me gustaba contestarte, me lo preguntabas al menos una vez a la semana.”
“Entonces, ¿Hace cuánto?” Repitió Beatriz con una sonrisa en su rostro,
sabiendo que la respuesta era siempre divertida y llena de bellos recuerdos.
El
viento soplaba más fuerte, las nubes que empezaron a llegar eran de mayor
tamaño y oscurecían el cielo nocturno, sumiendo el lugar en una penumbra mayor.
Los ojos de Beatriz jamás desaparecían de su vista. Un olor a tierra mojada
empezó a llegar con el nuevo viento. “Lloverá” Dijo Beatriz. “Nunca te ha
importado eso” Le contestó él.
“Lo
sé, sabes que me gusta decirlo porque conozco la respuesta inmediata que le
sigue” Dijo Beatriz. Él se rio y la volteó a ver y en ella vio el mismo rostro
que siempre había visto. “No has cambiado nada en todos estos años, Beatriz;
sigues siendo la misma mujer que conocí” “Tú tampoco has cambiado ______”
Empezó
a llover. El agua estaba fría, el viento hacía que ésta se estrellara en sus
rostros. Ellos sólo reían, recordaban los momentos en los que la lluvia los
había atrapado o alcanzado. Un sinfín de recuerdos arribaban a sus mentes,
plagándola de felicidad. “¿Cuándo te vas?” Le preguntó Beatriz. “En invierno”,
le dijo él.
“¿Cuánto
falta?”, repitió Beatriz. “Tú misma lo sabes, ¿para qué preguntas?”
Beatriz
sonrió mientras cubría su rostro del agua que caía. Él le ofreció su sombrero y
Beatriz lo aceptó. Ahí estaban ellos dos, frente al agua del río, los árboles
se movían con el viento que soplaba, la lluvia caía sobre de ellos como luz
durante el día.
En
silencio el tiempo pasaba y ellos simplemente contemplaban la noche lluviosa
que los había traído ahí.
“Ha
sido más tiempo del que he podido contar” Dijo él repentinamente. “¿De qué
hablas?” preguntó Beatriz, intrigada. “Del tiempo que llevamos conociéndonos.
Ha sido mucho más del que alguien puede contar. Aún recuerdo ese primer
encuentro casual que tuvimos. Recuerdo la vez que nos fuimos a Madrid sin decir
nada. O Viena; Viena fue un buen viaje. Sin embargo, Sao Paulo también, creo
que ese fue el que más disfrutaste. Para mí, el mejor fue Buenos Aires. Tú
sabes cuánto me encanta esa ciudad…” Él se quedó callado, la lluvia ya se había
detenido y el cielo se había despejado.
“Pero
siempre tendremos esta noche…” Suspiró. Lentamente la penumbra desaparecía, la
luna se escondía y la luz solar emanaría del cielo como la luna del agua del
río frente a ellos. Y con el primer rayo de luz, un flor de cerezo cayó entre
los pies de Beatriz. Ella la vio, se agachó a recogerla y la observó
detenidamente. Algo pasaba por su mente, mas no lo podía concretar.
Volteó
a verlo, él sonriendo se acercó a ella y la besó fugazmente. Separó sus labios
de los de ella, la vio a los ojos y sonrío. “Sólo recuerda” dijo él. Sonrió,
dio media vuelta y se fue del lugar.
Beatriz
con una lágrima y una sonrisa tomó la flor del cerezo y la colocó entre su
cabello, viendo al cielo, la luz del sol y sereno cayendo, secó la lágrima y se
retiró en la dirección contraria a la de él.